viernes, 17 de febrero de 2012

VEINTICINCO GRADOS




Silencio obligado con ella a mi lado
conduciendo por las calles vacías
de una ciudad sencilla e indiferente.
Silencio obligado junto a ella
sentada a mi lado con un abrigo negro
y la vista clavada en el oscuro horizonte.
Música aliviada para calmar ese silencio obligado
mirando de reojo su perfil sin que lo advierta.

De regreso, el frío se afianza más
y me da su mano un rato, el justo.
Entramos en la habitación, nuestro hogar provisional,
sintiéndose intacto el habitual desorden.
Restos de Caro Dorum; dos copas con gotas de vino;
un Mac entreabierto; sabanas apelotonadas;
una colcha en una mesilla de noche;
ropa sucia en el suelo; un cenicero con colillas;
una chaqueta de ochos gruesa, con capucha,
que se ha puesto alguna noche, tapándose,
por suerte, sólo hasta el ombligo,
dejando el resto de su cuerpo al descubierto;
una maleta cerrada; la cortina tapando una lámpara…

Y, luego, una vista espectacular al río,
con dos puentes iluminados
y algunos árboles, sin hojas,
que se mueven al compás del extraño viento.
Ese duro viento mesetario de invierno
que ataca desde el blanco Moncayo.

El río helado y un comentario relacionado con saunas.

Ahora, sólo queda esperarte en una cama vacía
hasta que llegues fogosa como siempre;
encender la luz de la lámpara escondida;
llenar nuestras copas de nuevo
y comenzar otra batalla con horario establecido
ya consensuado entre ambos.
Cuesta dar por finalizado el asalto,
las heridas se abren y el tiempo se acaba.
Cerramos los ojos, dormimos,
y, todavía de noche, con el estrecho valle abajo,
nuestros cuerpos se despiden con lágrimas y abrazos.

Veinticinco grados en el interior.
Silencio obligado con ella a mi lado.
Le miro de reojo...





domingo, 12 de febrero de 2012

EMILY, EL ÁRABE, TÚ Y YO.




Pienso, mientras abro la nevera y saco una cerveza,
en ese preciso lugar que esconde tu secreto
donde se junta la vida y el placer.

Una luz inclinada en las tardes invernales.
El paisaje te espera y ¿las sombras?
Ya lo sabes: detienen la respiración.

Pienso en largas noches abrazado a ti,
con la certeza de una duración precisa,
tan corta como lo que ha durado llena mi copa.

Queda menos para sentir tus latidos
y comprobar que tu cálida piel sigue intacta
con ese color albo único, irresistible.

Queda menos para escuchar tu voz dulce
intentando descifrar esos pensamientos
bajo la tenue luz mesetaria del atardecer.

Luz invernal, inclinada tal vez,
que oprime nuestros sentimientos
en esa aflicción que supone la distancia.