jueves, 17 de mayo de 2012

LA ACIDEZ DE LA DESPEDIDA


 Diviso, al amanecer, con el sol refugiado todavía,

la silueta del Moncayo y debajo una bruma sorprendida.

Emigraron las constelaciones que nos cortejaron anoche

mientras el río seguía su cauce por cárdenas roquedas

trazando, antes de llegar a Soria, una curva de ballesta.


Santa Ana y Cebollera enfrentándose por siempre.

Planicie hacía Aragón, cerro celtíbero de Numancia.

Ya de día, presa del tiempo que corre en contra,

cuando la noche es recuerdo imborrable todavía,

se reconoce el paisaje en la claridad arribada.


Se apagó en el río el reflejo argenta de la luna

y desapareció la magia que descubrió las estrellas

mirando hacía nuestra oscuridad escondida.

Retazos de horas que pasaron como va pasando la vida,

sin apenas darnos cuenta que vamos muriendo en ella.


Claridad que es desazón ante la realidad

que traerá la ultima noche, tan cerca del cielo,

para disfrutar la pasión, siempre desmedida,

que distrae la amargura de otra triste despedida.