jueves, 10 de diciembre de 2009

PÁLIDA LUZ DE LUNA

La oscuridad se apodera de la estancia,
-las horas nunca pasan en balde-.
Momentos antes, los últimos rayos
de un sol intenso lo iluminaban todo,
realzando con brillantes colores
las tonalidades que ahora ya no existen.

Enciendo la luz y la pieza se torna cálida,
reverberando ardientes colores
que van palideciendo a medida
que los ojos se acostumbran.

El paso de la luz a la sombra
acontece en limitados minutos.
Sobrecoge pensar en ello,
en esa rapidez pulida del tiempo
que ataca con incertidumbre
las realidades más vitales.
Todo es intenso mientras dura,
expedito cuando ha pasado,
sutil en la memoria tejida de acontecimientos sucedidos.

Abro un libro sin concentrarme en su mensaje.
Me abandono en pensamientos solitarios
que traspasan lo inalterable de situaciones
liquidadas por el tiempo.
Sensaciones lejanas que afloran de nuevo
Indagando mi interior apesadumbrado,
desconsolado por la circunstancia inexorable
que supone la realidad apagada
en un lapso que pasa sin darme apenas cuenta.

Apago la luz, artificialmente dispuesta,
tras someterme a la fantasía de un juego luminoso
que existe mientras refleja inquietudes abordables.
Respiro en silencio, agazapado bajo la luz de la luna
que entra solidaria por la diáfana ventana.

Me duermo sumido en el ámbar traslucido de los sueños.
Y, cuando despierto, se ha consumido un fragmento más de vida.
Me despejo, tolerando de nuevo, el solemne albor de luna
sentenciando lo que ha pasado sin apenas controlarlo