Diviso, al amanecer, con el sol refugiado
todavía,
la silueta del Moncayo y debajo una bruma
sorprendida.
Emigraron las constelaciones que nos cortejaron
anoche
mientras el río seguía su cauce por
cárdenas roquedas
trazando, antes de llegar a Soria, una curva de
ballesta.
Santa Ana y Cebollera enfrentándose por siempre.
Planicie hacía Aragón, cerro celtíbero de
Numancia.
Ya de día, presa del tiempo que corre en
contra,
cuando la noche es recuerdo imborrable todavía,
se reconoce el paisaje en la claridad arribada.
Se apagó en el río el reflejo argenta de la
luna
y desapareció la magia que descubrió las
estrellas
mirando hacía nuestra oscuridad escondida.
Retazos de horas que pasaron como va pasando la
vida,
sin apenas darnos cuenta que vamos muriendo en
ella.
Claridad que es desazón ante la realidad
que traerá la ultima
noche, tan cerca del cielo,
para disfrutar la pasión, siempre desmedida,
que distrae la amargura de otra triste despedida.