El inflexible crepúsculo anuncia, irreverente, la primavera recién inaugurada.
Tonalidades pálidas en el horizonte. Golpes azuzados de un mar monopolizador.
Un pescador ajusta su puesto cercano a la espuma disipada de las olas.
Los peces por capturar desconocen el renacimiento de la nueva estación.
Simplemente, se desplazan inexpertos de los oficios humanos.
Los retoños de las ramas de los árboles retornan tupidos.
Desde arriba, desde mi vigilia perspicaz, todo sigue su curso.
El curso natural de los ciclos, de la lucha por la vida, de vencer al adversario.
De perseguir nuevas emociones, embarcarte en nuevos proyectos… vivir.
La primavera enciende las pasiones, desata emociones, sensaciones perdidas, disipadas.
Atormenta nuevas ilusiones y secunda desaforados ardores.
El mar, conocedor de cambios esenciales, favorece el estruendo necesario.
Todo está cambiando y necesitamos hacer participes al resto del mundo
la eterna cantinela de la nueva estación que ha llegado para quedarse.